lunes, 17 de agosto de 2009

Manifiesto del hombre nuevo



La vida, lo queramos o no, se compone de ciclos; lo queramos o no, está en continuo cambio o evolución; lo queramos o no, estamos vivos, viviendo, cambiando, evolucionando, intentando, sin volvernos locos, vivirla.
La violencia del cambio, el traumático vértigo de dar un paso a ciegas sobre el abismo, la noche negra de lo que está por constituirse como haz de luz que aún duerme, el súbito sobrecogimiento de despertar de un sueño sin saber que se soñaba, arrojado uno a la vigilia como quien es arrojado desnudo a la mirada del mundo. Todas estas imágenes de nada sirven a la hora de describir el miedo intenso que hoy experimento, de repente, al contemplar mi vida y verme escupido de ella, como flema que se arranca de la garganta de un dios enfermo de sí mismo. ¡Valor, amigo!-, me he oído decirme a mí mismo antes de cruzar el umbral de mi antigua casa, en lo alto de esta nube donde he morado durante años, feliz e irresponsable como un niño. Me dispongo a saltar; para darme de bruces ante la mirada atónita de los viandantes, o para elevarme, no lo sé, con nuevo brío y alas nuevas a nuevas alturas todo nuevo... y limpio y puro y fresco y libre.
Desde aquí arriba, el mundo parece una colcha de retales remendados; descoloridos y deshilachados algunos, vivos y nítidos aquí y allá, otros; arrugada e informe como la cama deshecha de un gigante lento y perezoso. He sacado mi catalejos, viejo y oxidado como el mundo que por él alcanzo a ver, y he barrido desde mi atalaya la faz de la tierra, viendo todo lo que sobre ella se agita, duerme o sueña. He visto una flor que temblaba y se deshacía tocada por el viento; he visto como los valles se llenaban de sombra y frío mientras, en aquel claro entre los pinos negros, un leño comenzaba a arder, crepitando su letargo de madera vieja y seca; he visto un hombre que se calentaba en la lumbre, bebía un sorbo de vino, juntaba las manos y hablaba, mansamente, con su dios. He visto, también, cosas horribles. Todos las hemos visto; no voy a contarlas. No quiero ser el poeta de los horrores, no estoy llamado a eso. No obstante, no puedo dejar de dolerme por el dolor mundo. El dolor del mundo es también mi dolor porque también yo soy el mundo; lo acepto y callo.
Voy a saltar. Ahora estoy preparado. Alea jacta est. La suerte está echada. Voy a precipitarme sobre el vacío; ahora ya sin miedo, con el corazón alegre e inquieto del que parte de viaje, una mañana soleada de un día cualquiera, hacía una tierra extraña y lejana que nos espera. Si he de morir, que sea viviendo; si he de vivir, que sea sintiendo; si he de sentir, amigos, que sea con el alma henchida abierta al mundo.
Razón de ser los que están locos como el mundo loco; ahí te quedas. Cordura ciega de los sensatos, de los prudentes; quédate aquí, no me acompañes. No necesito equipaje para ir a donde voy. Hoy vuelo solo, preguntándome cómo será sin querer preguntarme cómo será; algo nervioso, creo que es normal. Extiendo las alas, miro al mundo al que pertenezco, y me entrego por completo al viento, que hoy es mi amigo y mañana quién sabe. No quiero saber. Sentir, sentir, sentir... Volar, volar, volar...

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