sábado, 29 de agosto de 2009

El sol





El sol es fuente y es vida, y al derramar su gracia sobre este bendito mundo, se estremecen las formas, se desperezan las sombras y, en la hondura insondable, hace latir el corazón de la tierra. Es el sol una conciencia que la luz tiene de sí misma, un fulgor de amor en el cielo. Todas las estrellas son testigos silenciosos del universo. A través de ellas el mundo visible se conoce a sí mismo, se reconoce, y sólo a través de su luz podemos aspirar a retornar a la fuente, porque ellas son la vida y el origen de la vida. El sol es así la Estrella-Madre que nos parió, y así, en cada uno de nosotros, duerme la chispa que encierra y da vida a estos cuerpos aletargados, de pasos torpes, y torpes sueños, ignorantes de la luz que son y fueron.

Es la hora mañanera del levante. Enfrento el despunte de los primeros rayos en el horizonte en esta hora de jacintos. Levanto mis brazos al cielo, me emborracho de luz y aire, estiro bien los brazos, las puntas de los dedos, y aún se puede un poco más. Mi corazón está alegre, y dentro de este pecho resuena el ritmo implacable, la dichosa melodía, de la vida que se sabe viva. No hay nada más que esto: un sol que brilla, un corazón que late, un ave que surca el cielo y todo un día por delante.

Si toda esta borrachera de presente, luz y vida pudiera aderezarse con una buena inmersión en el mar, en un arroyo, en una alberca, o en una pila, que para el caso es lo mismo, no se dude ni un segundo, al agua pato, y menea la colita, que en esta hora gozosa están los ángeles que trinan, y tornan las halitosis en rosas, los bostezos en sonatas y las legañas en luceros. Prueben, prueben. Ya me contarán.

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